Con ojos de laguna


Cochabamba, septiembre de 2004. Al borde de la laguna Alalay, como único lazo que la ata con el frío minero, vive Domitila Barrios. De rato en rato sus ojos claros brillan. De rato en rato ese brillo se confunde con sus ojos mojados por unas lágrimas que más tardan en salir que en volver a su lugar. Ni ahora que puede se permite llorar en paz. La memoria la habita por completo. Es amable pero sobre todo desconfiada. Cómo no, después de toda una vida al acecho, perseguida por revoltosa, escabulléndose como topo entre los pasillos del socavón. Por eso, sus ojos se mojan recordando a tantos hijos perdidos a patadas en plena represión.

“[...] Cuando me desperté me había estado tragando un pedazo de mi diente. Lo sentí aquí en la garganta. Entonces noté que el tipo me había roto seis dientes. [...] me puso su rodilla aquí sobre mi vientre. Me apretó mi cuello y estaba por ahogarme. Yo gritaba, gritaba... Parecía que quería hacer reventar mi vientre. [...] Y como si la fatalidad del destino hiciera, comenzó el trabajo de parto. [...] Ya estaba la cabeza por salir y yo me lo volvía a meter. [...] Yo no me acuerdo si mi hijo nació vivo... si nació muerto... no sé nada. De lo único que me acuerdo es que me hinqué allí y que me tapé la cara porque no podía más. [...] No sé después de cuánto tiempo, me pareció que despertaba de un sueño - ¿Dónde estoy? ¿Dónde estoy? - ¿Dónde está la criatura? Estaba toda mojada. Tanto la sangre como el líquido que uno bota durante el parto, me habían mojado toda. Entonces, hice un esfuerzo, y resulta que encontré el cordón de la wawa. Y a través del cordón, estirando el cordón... encontré a la wawita... totalmente fría, helada, allí sobre el piso”.

Así contó Domitila su vida a la brasileña Moema Viezzer que en 1977 publicó el libro Si me permiten hablar... y que ha publicado ya, en portugués, una nueva edición que recorre los siguientes 25 años de su vida. Las repercusiones de ese texto fueron muchas, entre ellas la sorpresa ante la pobreza casi ficcional de este lado del mundo, pero también ella misma, Domitila, que parece encarnar al personaje de esa hermosa canción de Mercedes Sosa que dice: “tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí, resucitando...”

Por eso, cuando le pregunto cómo está su corazón, ella responde

- “todavía funciona pero está resentido”.

Y es que ni un cuarto de siglo es suficiente para borrar la memoria de tanta cabronada, ni todos los siglos juntos detendrán a esta mujer bajita, incansable en su lucha política que ahora se llama “Movimiento Guevariano”, a la que hoy estorban el cáncer y la diabetes.

Tomás, mi compañero de trabajo, debió nacer a mediados de los años 70, es decir, en pleno septenio banzerista, probablemente a la par que algunos de los hijos de Domitila que, esquivando la golpiza, lograron sobrevivir en un mundo ciertamente distinto al de Tomás que dice

- “disculpá mi ignorancia pero ¿quién es la Domitila?”

Domitila Barrios de Chungara nació en mayo de 1937 en el distrito minero Siglo XX. Fue dirigente del Comité de Amas de Casa desde donde luchó por los derechos de los mineros y vivió la represión de los gobiernos militares de la época. A fines de 1978, junto a cuatro mujeres organizó la huelga de hambre que dio fin al gobierno dictatorial de Hugo Banzer, obligándolo a decretar la amnistía política y llamar a elecciones generales. A ella le debemos ese acto inaugural de nuestra democracia que, a los ojos de Domitila, no ha modificado en nada las cifras de la miseria minera. Por eso, Eustaquio Picachuri, minero inmolado en pleno Congreso Nacional, duele pero no sorprende. Ratifica la experiencia propia. Por eso, en boca de Domitila, esta democracia se pronuncia apretando los dientes

- “¡tanta lucha carajo, para qué!”

Y una lágrima revienta en su corazón herido. Se muerde los labios, los ojos húmedos.

Cuando Eduardo Galeano estuvo en Cochabamba pidió ver a Domitila que apareció en entre la multitud. Galeano se paró y dijo

- “quiero saludar a mi amada Domitila”

y el auditorio estalló en un aplauso interminable.

¿Qué ha pasado en 26 años de democracia? Domitila me mira con ojos de laguna.


Publicado en Los años del descalabro. Diario íntimo de un país incierto (Del Goni al Evo), Gente Común, La Paz, 2010

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