Malos de ayer, malos de hoy



 "Me dirás por qué estoy borracho, yo te contesto: ¡porque estoy feliz de pertenecer a este gobierno que nos permite a los milicos hacer lo que nos da la gana!". Así respondió un comandante a su camarada un día de 1981, durante la dictadura de Luis García Meza.

Hace años vengo trabajando en la revisión histórica del periodo comprendido entre 1978 y 1982. El fin de la dictadura de Hugo Banzer Suárez y particularmente el año de gobierno de la dictadura de Luis García Meza. Con pelos y señas. Quiero decir, sé. Y cada que paso por aquellos eventos nefastos que terminaron por hundir al régimen resulta difícil no pensar en lo que sucede actualmente en el país, en democracia. No, no te arrebates.

Efectivamente el carácter criminal de aquella dictadura marca un límite infranqueable que impediría comparación alguna. Pero esa misma razón ha evitado también señalar un aspecto fundamental que hoy resulta apremiante: la apropiación del Estado como bien privado cuyas consecuencias, no te arrebates, han ido diluyendo el límite.

El asunto fundamental empieza por un quiebre radical: la democracia.

Aquellos uniformados arrebataron el poder (17 de julio, 1980) después de una elección democrática (29 de junio, 1980) que dio por vencedor a ese a quien llamaban “enemigo”, incapaces de aceptar una ideología distinta a la suya, incapaces de aceptar que el pueblo la había elegido, incapaces de admitir que el país no era su propiedad y no podían mantener la costumbre de “tutelar” los destinos de la patria. Aquella menor necesitada de la tutela del patriarca uniformado.

Los de hoy, esos ciudadanos reunidos por la urgencia histórica de acabar con los privilegios de aquella oligarquía eternamente dominante, convencidos de la necesidad de un cambio profundo que nos rencuentre en toda nuestra diversidad, liderados por quienes finalmente asumían su derecho a disputar el poder y alcanzarlo, ellos, se lo ganaron a pulso y con creces, ganaron una elección y dos y tres. Respetaron la democracia. Sin embargo, una década en el gobierno les ha hecho creer que el Estado les pertenece y, glotones, han devorado para sí todas las instituciones del Estado garantes de la democracia concentrando todo el poder, igual que los uniformados de antes. Y como aquellos, ese convencimiento los ha llevado al fango de la más profunda corrupción. El voto popular les ha dicho que ya no los quiere y no se quieren ir; todo adversario es el enemigo más deplorable y todo aquel que informa y opina sobre su gobierno debe ser silenciado; ellos, entonces, no respetan la libertad ni la democracia, igual que los uniformados de ayer.

La apropiación del Estado llevó a Luis García Meza y los suyos a cometer una serie de actos fraudulentos, contaditos: contrataciones directas, adquisiciones irregulares, el cobro de un cheque público, compra de vehículos de lujo para la Presidencia, adquisición de un crédito para sus bolsillos, apropiación de materiales de construcción, un contrato privado para explotar minerales preciosos del Estado, y el uso cotidiano de bienes del Estado además de dilapidar dinero público en regalos y prebendas. Aunque esto último no está claro porque se trataba más bien de los dólares del narcotráfico al que protegía desde el gobierno. Eran socios.

El gobierno de Evo Morales acumula una lista incontable de probados hechos de corrupción desde Santos Ramírez y YPFB hasta el millonario asalto al Fondo Indígena, pasando por sobreprecios, elefantes blancos, gastos insulsos, uso de dinero público en campaña electoral, manejo discrecional de recursos estatales para asuntos privados como los antojos futbolísticos del Presidente y más, mucho más.

Sin embargo el drama es otro: la persecución política a sus detractores encarcelados sin un debido proceso o liquidados a puro amedrentamiento hasta la muerte, redes de extorsión, uso de sus huestes con cercos a la democracia, maltrato cotidiano a la mujer naturalizado en el ejemplo del propio jefe de Estado, asfixia a los medios de comunicación considerados detractores, amedrentamiento y ahora persecución a los periodistas, violación sistemática de los derechos humanos cuyo diminuto botón de muestra es Chaparina y hoy las personas con discapacidad, hasta llegar al límite que diluye la distancia entre los de ayer y los de hoy: las muertes en Porvenir, las ejecuciones de un supuesto caso de terrorismo en el Hotel Las Américas, y el crimen en la alcaldía de El Alto. Todo esto, sin mencionar el narcotráfico. Ayer como hoy.


De modo que sí, sacudite, porque el límite se ha quebrado y los malos de ayer resultan de Alasita. Los de hoy, de película. Y no, el país no está para chistes, por lo menos hoy.

(Publicado en Página 7 el 20 de junio de 2016)

http://web.paginasiete.bo/opinion/2016/6/20/malos-ayer-malos-100142.html

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