“¡Que se vaya, carajo!”




Para Emilio, para recordarle que su salto al abismo
valió la pena, porque hoy vivimos en democracia.

A las 6 de la mañana del lunes 11 de mayo de 1981 sonó el teléfono. En La Paz habían apresado al Gral. Alberto Natusch Bush, sospechoso de conspirar contra la dictadura de Luis García Meza que había comenzado a perseguir, apresar y posiblemente intentar asesinar a sus propios camaradas.

Esa fue la gota que colmó el vaso de una lealtad no sólo malentendida sino intencionalmente confundida con complicidad. Porque García Meza y los suyos habían hecho del país su hacienda privada, del Estado su cuenta corriente, del gobierno su instrumento de abuso y de las Fuerzas Armadas su pretexto: licencias para el crimen, el festín, el narcotráfico y la corrupción.

Pero la dictadura se equivocó. Creyó que sus camaradas le temían. Cierto. Pero no todos. Esa mañana de mayo de 1981, a menos de un año de haber iniciado su gobierno, 12 militares al mando del Tcnl. Emilio Lanza, acabaron con el sueño del dictador que había deseado 20 años de poder. Armados de valor, se jugaron todo, apostaron incondicionalmente contra el dictador y le dijeron: ¡Que se vaya carajo!

Cuando tienes 13 años, la política te importa un bledo. Pero cuando te toca, no puedes ser indiferente. A esa edad y aquella mañana, desperté con el ring, ring, del teléfono analógico. Por aquellos años y en esa plazuelita donde vivíamos en Cochabamba, escuchar el teléfono a esa hora, te arrebataba el corazón. Recuerdo a mi mamá preparando el “sleeping” de mi papá, como tantas veces antes, cuando el acuartelamiento era para los militares casi una costumbre. Esta vez no era el caso. Era una previsión de aquél que sabe que la guerra está por suceder. Aquella mañana él salió no sólo apurado. Tenía una cita con la historia.

“Nos dirigimos al salón del fondo donde sabíamos que estaban todos reunidos. Yo, que estaba a la cabeza, entré por la puerta posterior, por lo que el auditorio no pudo vernos pero sí quienes estaban en la testera: García Meza, Tudela, Rico Toro, el Cnl. Rómulo Mercado, Prefecto de Cochabamba y el Cnl. Guillermo Vélez, Comandante de la Escuela de Armas.
Cuando ingresamos hablaba el Dr. Alberto Quiroga, embajador en Washington, intentando convencer de que el gobierno norteamericano reconocía al gobierno nacional, momento en que mi presencia y la de mis oficiales interrumpió al orador. Entonces, García Meza, dirigiéndose a mí en tono inquisidor, dijo: ‘¿Qué quiere Lanza?’. Yo estaba tremendamente exaltado y la adrenalina había recorrido mi cuerpo mil veces. Mi respuesta fue inmediata y enérgica: ‘¡Que se vaya, carajo!’”.

El muro de la dictadura se había quebrado. El dictador tenía los días contados.

Así comencé el relato del libro que publiqué catorce años más tarde: Mayo y después. Los últimos días de la dictadura. El título nunca le gustó mucho. Sobre todo la primera parte. Demasiada poesía para tanta urgencia. Parimos juntos, sin saber el género, una crónica testimonial nacida de una larguísima entrevista que le hice poco después del apresamiento de Luis García Meza en el Brasil. Nunca pensamos, ni él ni yo, que esa entrevista fuese tan oportuna. Porque la vendetta no se hizo esperar. Cuatro días después mi padre estaba en el Gran Cuartel de Miraflores esperando ser trasladado a Camiri. Los hilos que el garcíamecismo había dejado le inventaron un juicio absurdo que lo llevó seis meses a prisión. Esa sombra, siempre pensé, lo acompañó a lo largo de toda su carrera luego de aquella mañana de mayo de 1981 en el salón de honor de la Escuela de Armas de Cochabamba.

El 11 de marzo de 1994 detuvieron al Gral. Luis García Meza en Sao Paulo, Brasil. Había fugado cinco años atrás, escapando del juicio que se seguía en su contra y que finalmente acabó condenándolo a 30 años de prisión. Como periodista, me pareció oportuno entrevistar al protagonista de los dos levantamientos militares del año 1981 en Cochabamba que iniciaron la caída del dictador. Emilio, mi padre, aceptó sin temor aunque cuidando algunos nombres.

Fueron dos los alzamientos de esos 12 militares, liderados por el entonces Tcnl. Emilio Lanza, que se enfrentaron a la trinidad garcíamecista (Capitán General, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y Comandante del Ejército) sostenida por el poder de las armas y la mafia del narcotráfico. Un poder de cuya dimensión estos rebeldes no fueron plenamente conscientes, sino ya en plena revuelta y cuando no había vuelta atrás. Tal vez por ello su osadía, pues supusieron que la ética podría más.

“Y es que fue el talante delincuencial de la Junta de Comandantes el que consolidó su aislamiento total y su posterior debacle. Estamos, una vez más, ante la influencia circunstancial, pero determinante, de las acciones individuales en el paso de la historia. Los festines del garcíamecismo fueron el toque subjetivo que aceleró la llegada de su fin. El coraje de los sublevados de mayo hizo de contraparte personal”,

escribió Rafael Archondo, rescatando ese pedazo de historia pequeñita, soslayada por la historia oficial.

El 25 de mayo de 1981 fue el segundo alzamiento militar contra el dictador. Y aunque ambos se registraron como intentos fallidos, no me queda la menor duda de que fueron estos hechos los que derrocaron al régimen dictatorial. Lo que vino después fue sólo el empujón final.

Han pasado 23 años y mi viejo está canoso. Pero yo estoy aquí para guardar un trocito de memoria de lucha por nuestra democracia. Para recordar, mientras pueda, lo mucho que nos ha costado. Para que las armas, los muertos, las cárceles y las lágrimas de tantos de nosotros, hayan valido la pena. Y para que, precisamente por eso, seamos capaces de desafiar al destino y apropiarnos, sin traumas, de los instrumentos de esta democracia que –carajo...– nos duele tanto. Para conquistarla y amarla de una vez, con el apasionamiento de la palabra, nunca la bala, nunca la piedra, nunca el golpe. Nunca más.


Mi papá muríó el 15 de marzo del año 2007, un año después de haber publicado este texto. Pero yo estoy aquí, una vez más, intentando preservar ese trocito de historia diminuta que sin embargo cambió nuestra Historia.

Comentarios

Andrés Pucci ha dicho que…
un aplauso para tu padre...

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