El Rey, su mujer, la cocaína y la crónica de una crónica
El Rey junto a su esposa Aida Levy |
Advertencia: Los personajes de esta
historia son absolutamente reales. Algunos aspectos de su vida indecorosa han
sido recogidos en un precioso libro que a modo de crónica muy bien escrita relata
esta historia que sí, parece ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera
consecuencia.
La idea de delinquir no debía
espantarle; tenía una buena causa: “promover
el desarrollo y sacar a Bolivia de la pobreza”. Así le dijo en 1980 un capo
del futuro gobierno golpista a Roberto Suárez Gómez quien, para convencer a su
mujer, añadió: “Los cigarrillos que fabrica la tabacalera
Philip Morris y las armas que fabrica Smith & Wesson, que se venden sin
ningún control en los Estados Unidos, matan anualmente a más gente que la cocaína”.
Justificaba así su decisión de volverse narcotraficante. Un poco para aliviar
su conciencia de hombre de dios, otro poco para sacudir la mancha sobre la
corona de su apellido monárquico-amazónico, heredero del Rey de la Goma y la
Castaña –siempre hay una oveja negra en la familia- y otro poco porque a la
política se entra de varias maneras y a él le tocó poniendo, más aún,
apadrinando, y Roberto Suárez Gómez era ya El Padrino de Santa Ana, en el Beni.
Ahora sería además Rey, El Rey de la Cocaína. Una buena manera de ser
Presidente de la República. Ejercer el mando de la nación más alicaída de la
región pero bendecida con la abundancia de la hoja sagrada de la coca como
materia prima más rendidora que el banano, el petróleo, el oro mismo. La
cocaína, el oro blanco. Los gringos, que se chinguen.
El asunto comenzó entrados los
años 70 pero Aida Levy, viuda del Rey, prefiere creer que fue en 1979 porque
fue entonces cuando su marido le contó de las reuniones secretas con la cúpula militar
hasta finalmente sellar trato con la dictadura garcíamecista: financio el
golpe, trafico en paz, te doy tu parte y tú me proteges. Depende de quién
cuente la historia, el gobierno buscó a los narcos o al revés, fueron los
narcos los que buscaron protección.
El caso es que así nació “La Corporación”, una inmensa empresa
productora de cocaína for export, con
fábricas repartidas en gran parte del oriente del país, alimentadas con la hoja
sagrada de los incas del Chapare, importantes vínculos con empresarios
cruceños-top, comandantes militares, policías infaltables, mafiosos de todo
pelaje y para la exportación una inmejorable sociedad comercial con el cartel
de Medellín de Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha.
En 1980 –y años más- Bolivia fue
el paraíso del narcotráfico y hasta inspiró una película con Al Pacino (Scareface). Cómo no, si la mayor
operación encubierta de la historia del narco adolescente tuvo como
protagonista al Rey: 9 millones de dólares desembolsó el banco de la Reserva
Federal estadounidense en un operativo que acabó con mil kilos de la más pura
cocaína incautada a La Corporación y un par de socios de Suárez en una cárcel
de Miami. El delito estaba probado y la cacería llegaría después. Antes, Suárez
mantuvo todo bajo el más estricto control y, digamos, sentido patriótico:
multiplicó por 9 el precio de la droga y obligó a los colombianos a transferir
el know-how a los bolivianos para no
entregar materia prima sino valor agregado. Así fue como pasamos de cocaleros a
fabricantes de cocaína, pero ojo, bajo el monopolio del Rey que no admitía intermediarios
de ninguna talla y sabía bien por qué.
Porque caído el Rey algunos años
más tarde, sucedió lo que éste predijo: los intermediarios se multiplicaron como
hongos tanto como los pequeños productores –el cato de coca, claro-, el precio se
fue a los suelos, los mercados del trópico cochabambino se llenaron de droga
como pipoca, aparecieron “pitillos”, pitilleros, desmadres sangrientos,
delincuencia, prostitución, fiesta, hummers y nuevos ricos ostentando fortunas
y bienes malhabidos. Colorín colorado, este cuento no ha acabado.
Aida Levy, la primera esposa de Roberto
Suárez Gómez, cuenta esta historia en una apasionante crónica que brota desde
las entrañas de la memoria amorosa (El Rey de la Cocaína. Mi vida con Roberto
Suárez Gómez y el nacimiento del primer narcoestado, Debate, Buenos Aires,
2012), desde donde la viuda recuerda al hombre de su vida con esa mezcla de
reproche y admiración. Un texto valiosísimo que, como suele suceder en la historia
universal de la corrección de las formas literarias y masculinas, pasa casi
desapercibido porque lo escribe su mujer y no es ensayo, no es reportaje, no es
informe, no es cuento, no es novela, parece, es no sé qué. Y como hacen las
buenas historias, de yapa te deja una jodida acidez en el estómago, siempre y
cuando estés pensando lo mismo que yo.
PD. Suárez Gómez, El Padrino, el
Rey de la Cocaína, el estadista de la República de la Cocaína, supo prever los Hummers,
surubís con doble tanque para combustible ¿doble tanque para qué? Eso.
Precursores que van y vienen, delincuencia multiplicada, jarana, los mismos
cocales pero más rendidores, úrea, sí, planta de úrea, aeropuerto monumental en
medio de la selva ¿Qué? Sí. ¿Qué? Sí.
El 95% de la coca que se produce
en el Chapare va al narcotráfico. Lo reconoce el propio gobierno. ¿Y? Nada.
Todo Blú.
Publicado en Página Siete, 4 de julio, 2016 /
http://www.paginasiete.bo/opinion/carlos-toranzo-roca/2016/7/4/cocaina-101640.html
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