Relaciones promiscuas
En 1982 la historia boliviana dio un giro fundamental: las
Fuerzas Armadas resignaron su enquistado rol “tutelar” de la patria, entregando
el gobierno de una vez y por todas al país.
Fue una relación promiscua la que ambas, sociedad civil y
Fuerzas Armadas, sostuvieron a lo largo de la historia. Desde el nacimiento
mismo de la patria en 1825 el gobierno pasó de unos a otros cada medio siglo
hasta el final de la guerra del Chaco (1935), luego cada 11 y 18 años hasta
1982. Desde
entonces han transcurrido 34 años ininterrumpidos de gobiernos civiles. Sin
duda es el período más largo sin intervención militar.
Fueron promiscuas porque con excepción de poco más de una década
después de
1880, cuando el poder civil liderado por la oligarquía minera se propuso
verdaderamente conducir el país sin participación militar, el militarismo
estuvo siempre vinculado al poder (entonces oligárquico) por
delante o por detrás. De ahí que la derrota final de la última dictadura (García Meza,
Torrelio, Vildoso) implicó no sólo el retorno de los militares a sus cuarteles sino aquella
fundamental resignación del tutelaje militar. Y aquello hizo
pensar que aún
si desde entonces las Fuerzas Armadas se vinculan al gobierno
(cualquiera que éste sea) en tanto guardianas de intereses particulares
(los del gobierno), ya no es posible pensar en éstas como
protagonistas en la conducción del país.
Sin embargo, nunca como ahora las Fuerzas Armadas volvieron a
emparejarse con el gobierno del modo promiscuo en que lo habían hecho a lo
largo de la historia antes del retorno definitivo a la democracia. No sólo
porque, como dice el periodista Wilson García Mérida, el ministro de la
Presidencia, ex militar, es el único civil con mando de tropa, sino porque así
como durante los gobiernos militares las Fuerzas Armadas eran obviamente su
sostén fundamental, hoy también lo son junto con los cocaleros del Chapare. Se
protegen mutuamente y hasta ahora no han permitido el desarchivo de los
documentos de la dictadura.
Más aún, comparten la misma jerga. Unos y otros han acogido a
los fantasmas que creíamos que las Fuerzas Armadas había dejado de lado
precisamente en 1982 cuando ganamos la democracia. Esos fantasmas construidos
por la Doctrina de la Seguridad Nacional inyectada en el alma de los
uniformados por el gobierno norteamericano en batalla contra el comunismo
enemigo, en la Escuela de las Américas de Panamá.
Y el enemigo dormía en casa. El “enemigo interno” eran los
mineros, los fabriles, los estudiantes. Hoy, las “fuerzas enemigas” son los
periodistas señalados con nombre y apellido, como prueba además del mismo
lenguaje que ambos, Fuerzas Armadas y gobierno, comparten en la voz del
Presidente y sus huestes. Hoy, la vieja seguridad nacional se ha convertido en
la doctrina política plurinacional del enemigo interno, nutrido grupo “vendepatria”
donde caben moros y cristianos. Una doctrina que pretende emular a sus
maestros-verdugos los gringos, creando una nueva Escuela Antiimperialista que es
el exacto espejo de la vieja Escuela Proimperialista.
Lo que la democracia separó con tanto esfuerzo, hoy se ha
vuelto a juntar.
Comentarios