El amante chino
Cuando Marco Polo se largó a la aventura
de comerciar con China, Japón, Indonesia, Mongolia, Sri Lanka y parte de Rusia,
por entonces inaccesibles al mundo occidental, allá por el siglo XIII, y luego
de dos décadas de intensa estadía regresó para contar fascinado lo que allí
había vivido: gentes, costumbres, culturas, guerras, religiones, etnias, sabores
y lenguas desconocidas, su historia pareció tan increíble que siglos después,
en la vulgaridad de nuestras peregrinas vidas cotidianas, se nos antojó que aquella
historia no era más que “un cuento chino”. Aquella fue una narración
maravillada pero no sólo al modo del realismo mágico sino al modo irreal, épico
y fabuloso, porque el veneciano Marco Polo, rico comerciante de carne y hueso,
acabó encarcelado y allí relató su aventura al escritor Rustichello de Pisa que,
ayudado por otros múltiples relatos, su imaginación y su pluma, recreó al
personaje como héroe invencible en esa obra llamada Los viajes de Marco Polo también conocida como El libro de las maravillas.
Es ciertamente una vulgaridad de mi parte
estampillarlos en el mundo de los más prosaicos mortales pero que, estando en
Carnivale, vale. (Disculpa innecesaria porque de qué otra cosa sino está hecha
la ficción más exquisita). Porque ese viaje marcopoliano hacia el norte de
China me ha traído a cuento, de paso, al amante asiático de Marguerite Duras y,
entonces, al amante chino de esa rubia nuestra, cara conocida, Gabriela.
Marguerite Duras, escritora francesa nacida
en Indonesia, vivió en su adolescencia quinceañera un ardiente amorío con un
hombre chino mucho mayor, que a cambio de los placeres pueriles, apoyaba
económicamente a la familia insufrible y pobre de la niña que, a su vez, encontraba
en el hombre un refugio. Duras sostuvo con él un romance carnal aquellos años y
literario el resto de su vida pues éste fue su personaje perenne. Luego de
escribir su historia en El amante,
cuya versión cinematográfica no le gustó, escribió luego El amante del norte de China.
Gabriela Zapata, ex novia de Evo Morales, encarcelada
luego de un escándalo que involucra al mismísimo Jefe del Estado, un día de
esos –domingo en horario televisivo estelar- comete un acto literario supremo: no
sólo reconstruye su propia historia una y mil veces públicamente -digamos que
nos hace partícipes de ese manuscrito, aún en borrador- sino que, acaso sin
querer, le pone nombre: El amante chino.
Wei Shen, el amante chino de Gabriela
–dice ella-, vicepresidente en Bolivia de la empresa constructora CAMC, personaje
desdeñado en esta historia, no es –digamos- un cuento chino. Autorizados por
esa construcción colectiva de su vida y conocido el desenlace, podríamos hilar
un sinfín de tramas: que Gabriela, quinceañera enamorada del líder cocalero,
una vez elegido Presidente y satisfecho ya de los placeres entregados por la
joven militante, la desdeña. Aún así, años de intimidad con el entorno más
próximo del poder la hacen útil y acaba como guardiana de aquellos intereses en
la gerencia de CAMC donde finalmente conoce al amante chino. O que ella, desairada
por el Presidente, retorna a los afanes de la sobrevivencia en escenarios
masculinos de table dance donde quizás
conoce a Wei Shen, el amante chino, que enterado de sus vínculos presidenciales,
la lleva como gerente de CAMC –cuenta ella. Es ahí donde comienza, sí, el
cuento chino.
Pero el cuento chino no es el que nos
cuenta Gabriela. Ya todos nos contamos uno con los mismos personajes. El cuento
chino es el que nos cuenta Evo que, a fin de cuentas, es el amante chino de
este país decepcionado de promesas amorosas. Aquellas de “si hemos ganado no es
para vengarnos de nadie”, aquellas de “gobernar obedeciendo”, de “acabar con la
corrupción”, de “no habrá ni un solo muerto”, de “unidad, igualdad” entre
todos, de “respeto a la Constitución”, de que acabado el gobierno “me iré a de
nuevo al Chapare a poner mi restaurante (con mi quinceañera, dice, vaya
casualidad)”.
Claro, adolescentes quinceañeros,
vapuleados por años de desgarros familiares de indios contra q’aras, creímos en
ese amor (im)posible y caímos redondos. El cuento chino de Marco Polo no fue
cuento chino por inexistente sino por extraordinario. La traición de nuestro
amante chino es esa: creímos que el milagro sería posible, extraordinario. Y
no. Claro, era demasiado pensar que este amante tendría alguna vez la talla del
amante chino de Duras. No. Sólo alcanzó para el cuento chino de Zapata, la
rubia Gabriela. Pues a diferencia del cuento chino de Marco Polo,
extraordinario por aquello que Rustichelo de Pisa añade, el cuento chino de la
rubia es extraordinario por lo poco que añade y lo mucho que esconde.
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