El día de la democracia, del oído a la piel
Durante 34 años, el 10 de octubre
de 1982 fue en Bolivia el día de la democracia. 34 años. Tres décadas. Una generación.
Una camada de jóvenes ciudadanos nacidos después de ese año triunfal, 1982, a
los que cada 10 de octubre les salíamos con la cantaleta de la dictadura, de
Banzer, de García Meza, del Lobo Feroz. Y ellos oían y leían acerca de ese asunto
llamado dictadura con la afortunada distancia de no haberla vivido. Hoy en
cambio, Evo Morales los aproxima a esa experiencia y lo hace de la manera más
dañina.
Si el día de la democracia fue
hasta hoy la conmemoración del triunfo sobre la dictadura, hoy ese día es el 21
de febrero, en democracia, defendiendo la propia democracia. Y esta vez
nuestros hijos, los que nos siguen, no saldrán a defender lo que sabían de
oídas, sino lo que saben porque sienten.
¿Por qué hoy esa experiencia es
peor que antes? ¿Cómo podrían los crímenes de las dictaduras, la muerte de
Marcelo, de Carlos, de Lucho, de Arcil, de Artemio, de Luis, de Jorge, Gonzalo,
Pepe, Ricardo, Ramiro y tantos otros, ser menos terribles que lo que sucede hoy?
Ese es el drama y la urgencia.
Porque no es que la vida o la muerte de unos sea más valiosa o más terrible que
la de otros. Es la naturalidad con la que en este gobierno se mata, se agrede, se
miente, se roba, se abusa y se viola impunemente a nombre de una autoproclamada
revolución y, más grave aún, con la democracia como escudo.
Se mata a bala en la protesta
minera o en el hotel Las Américas, se incendia una alcaldía o un avión se
estrella envuelto en negligencia y corrupción, y se mata en vida a los
opositores políticos en la cárcel o en la putrefacta maraña judicial, así como
se ultraja a seres humanos en sillas de ruedas, o arrastrando manifestantes
maniatados en Chaparina. Las mentiras tienen cara conocida y se corean –o se
escupen rebalsando adjetivos cargados de odio y racismo- en voces ministeriales
o en costosos documentales, pero también en asambleas populares que insultan la
inteligencia del pueblo, particularmente de los indígenas tratados como niños
escolinos a quienes además se ha destrozado moralmente. El robo viene envuelto
en desvíos a cuentas privadas pero también como enorme camada de elefantes blancos
y ostentosos derroches de nuevo rico. El robo es una afrenta a la pobreza de
este país donde los niños todavía mueren con diarrea; el robo es un abuso de
confianza al voto del pueblo confiado.
Funcionarios públicos se mofan
(Presidente), amedrentan (concejales rurales), violan (Sucre) y abusan (decenas
de Percys) mujeres con la anuencia del poder judicial sometido al gobierno. De
idéntica manera se viola la Constitución Política del Estado donde están
escritas las reglas de juego que los gobernantes, llegados al poder por la
fuerza de esas reglas democráticas, se niegan a respetar, igual que los
dictadores. “No estoy preparado” para dejar el poder, dice Evo. Y una vez más se
dispone a torcer la Constitución.
Como la cebolla en el vinagre del
escabeche, esa actitud de desprecio absoluto por la ley y los derechos humanos
(civiles, políticos, sociales) ha empapado a la sociedad que ahora mata,
golpea, agrede, discrimina, miente, roba, coimea, trafica, contrabandea, se ríe
de las leyes, como-si-na-da. El gobierno de Evo Morales ha hecho posible esa
degradación, más dañina, sí, que la peor de las dictaduras.
García Meza y Arce Gómez están en
la cárcel. Y esa fue la lección que el país supo dar al mundo. Porque fuimos
capaces –las propias Fuerzas Armadas- de negarnos a socapar la inmoralidad y
castigar el abuso, el crimen y la afrenta hacia nuestra democracia; y juzgamos
y condenamos a sus autores. Y eso no es poco en una sociedad que durante
décadas vivió bajo el dominio del autoritarismo, soportando sus vejámenes con
la palabra vendada, hasta finalmente derrumbar esa muralla que parecía
invencible y ganar esa larga y terrible batalla. Un logro semejante no podría jamás
ser moco de pavo como pretende el abuso de un gobierno que suficiente daño le
ha hecho ya al país.
Defender la democracia ante las
dictaduras exigía hacerla nacer, cosa difícil pero que sólo requería heroísmo.
Defender la democracia hoy es mucho más difícil porque exige sostener su
mayoría de edad y no bastan unos pocos héroes; son necesarios muchos ciudadanos
comunes comprometidos con el país. He ahí la urgencia: ahora es cuando, sí.
Ahora es cuando defender la democracia y refundarla, ya no desde el oído sino
desde la piel.
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